Era nuestra última noche en los Estados Unidos, el último día había llegado y ya solo quedaba disfrutar lo que quedaba.
Estamos realmente felices por el viaje logrado, no podíamos pedir más y ese día lo tomamos con calma, aunque continuamos con algunas anécdotas más.
Por la mañana nos dimos el último chapuzón, aprovechando que la playa estaba hermosa y el clima acompañaba.
Después de dudar si quedarnos un rato más o no, decimos dejar el mar y dedicarnos a pasear por Miami Beach. Almorzamos algo rapidito y salimos a la Collins.
Le pegamos derechito hasta South Beach, teníamos que despedirnos de esas calles, de la bahía de Mid Beach y sus hermosas vistas, de Sobe, Ocean Drive, Lincoln Road.
Quisimos estacionar el auto en el sur de Miami Beach, pero el sábado había crecido considerablemente el número de personas paseando y decidimos seguir.
Había que hacer algunas compras de último momento, ya que le tenía que llevar unas zapas converse a mi hija mayor. Así fue como conocimos el Aventura Mall, el centro comercial que se encuentra cerquita de Sunny Isles.
Logramos el cometido y no vimos mucho más. La mayor anécdota se la llevo el auto y su desaparición, por llamarlo de alguna manera. Esos centros son gigantes y los estacionamientos pueden jugarte una mala pasada, si no anotas bien las coordenadas.
Dimos vueltas por todos lados y el auto, no aparecía así que tuvimos que recurrir a la ayuda de una mujer de vigilancia, que nos llevó a recorrer el parking en su carrito. Un momento de nervios y risas, que termino con un final feliz y el auto encontrado.
Se había largado a llover y aunque en Florida, eso puede cambiar en 5 minutos, ese día, no parecía que iba a ser así. Así que, si quedaba alguna esperanza de una nueva y ultima pasadita por el mar, luego de una hora se desvaneció completamente.
Nos habíamos divertido muchísimo en el Dólar Tree, así que decidimos buscar otro en Miami, cuestión que resulto complicada, ya que los que nos indicaba el GPS quedaban en las afueras. Como no teníamos otro plan, decidimos ir igual. Y no fue la mejor decisión que tomamos, ya que el barrio donde nos fuimos metiendo, era realmente feo y poco vistoso y hasta nos parecía peligroso.
Logramos llegar, nos metimos a chusmear pero no nos sentíamos cómodos, ni seguros, por lo que no estuvimos mucho tiempo.
Rápidamente regresamos a Miami Beach, había parado de llover, pero la noche estaba golpeando la puerta. Para la cena la mejor forma de despedirnos era comiendo esas pizzas tan ricas que habíamos comido 800 veces durante el viaje ja. Encontramos una pizzería en Collins y la 69, dimos unas vueltas y volvimos al departamento a comer.
Era el feo momento de preparar la valija, ya que al día siguiente, bien tempranito, teníamos nuestro vuelo de regreso a casa.
Antes de dormir, me tome 5 minutos para hacer un repaso de lo que había sido ese viaje, ese sueño que tenia de tantos años y había tenido la dicha de poder disfrutar y de la manera en cómo se dieron las cosas. Fue un viaje perfecto y no podía estar más agradecido.
Los barcos en el medio del océano y yo, nos saludamos por última vez esa noche.
El regreso:
Al otro día, nos levantamos con una profunda ansiedad, más que nada por el horario del vuelo y el temor de quedarnos dormidos, de llegar al aeropuerto en tiempo y forma y todas esas cosas. Para el regreso, si puedo evitar volar por la mañana, mucho mejor, tengo pánico a perder el vuelo ja.
La felicidad por el viaje realizado, superaba cualquier indicio de tristeza por la partida. Soy feliz por viajar, cuando lo hago, vuelo, sueño, disfruto, pero en un momento extraño mi casa, mis cosas, la ducha, la cama, etc. Pueden considerarme un bicho raro, pero estoy seguro que no soy el único al que le pasa.
Y sobre todo en Bs As, tenía a mi querida hija, que tanto extrañaba, era hora de volver.
Dejamos el complejo, cargamos nafta y salimos hacia el Aeropuerto. Todo iba bien, hasta que no pudimos dar con la entrada correcta para devolver el auto, lo cual nos hizo dar unas vueltas de mas, algo que no trajo problemas, por dos motivos: era temprano y un domingo. Pero es algo que cuesta, casi siempre, sobre todo la primera vez.
Por suerte hicimos correctamente la devolución del auto, el check in del vuelo y pasamos migraciones sin problemas. Estábamos listos para volver a casa, hasta que Lu me miro y me pregunto dónde estaba el paraguas tan lindo que habíamos comprado en NY y ahí mismo caímos en la conclusión de que lo habíamos dejado olvidado en la cinta de migraciones. Volví corriendo al lugar, al estilo de la mama de Kevin, en mi pobre angelito, como si hubiera perdido a un hijo, pero lamentablemente había desaparecido, se ve que a alguna persona le había gustado tanto como a nosotros y decidió llevárselo. Una pena porque era un hermoso souvenir del viaje.
El vuelo de regreso fue tranquilo, alguna turbulencia, pero nada raro. Estaban mis suegros esperándonos, quienes nos llevaron de regreso a casa.
Todo me parecía raro, no entendía el sentido de las autopistas, no lograba conectar con la ciudad, era como si todavía tuviera el chip de Miami y me llevo uno buen rato hacer conexión.
Llegamos a casa y me dieron ganas de tomar una gaseosa, así que salí a comprarla. Eran las 10 de la noche y hacia frio en Buenos Aires, claramente en Junio, el clima es totalmente opuesto en ambos países, pero tenía un calor interior, que cálculo que era por la satisfacción del sueño cumplido.
Tenía el alma contenta, feliz y radiante y el disco rígido interno repleto de invalorables recuerdos, que nunca voy a olvidar y permanecerán por siempre en lo más profundo de mi corazón.